De la intuición al dato: ¡cambia la conversación en reuniones de dirección!

Muchos altos ejecutivos siguen apelando a la mística y no a la ciencia para justificar decisiones trascendentales para el futuro de la empresa

Intuición, olfato, pálpito, horas de vuelo… Lo crean o no, hasta hace muy poco tiempo muchos directivos acudían a este tipo de términos para justificar decisiones de cuyo resultado podía depender el éxito o el fracaso de inversiones millonarias, el mantenimiento de cientos de puestos de trabajo o el mismísimo futuro de la compañía. “Estoy aquí por una sola razón, y solo una: estoy aquí para adivinar qué podría hacer la música en una semana, un mes o un año a partir de ahora”, decía John Tud (Jeremy Irons), el cínico personaje del director ejecutivo de una importante firma de inversión en la película Magin Call, sobre la crisis financiera de 2008.

Y lo más sorprendente es que muchos directivos recurren a este tipo de argumentos —más basados en la mística, la épica o supuestos “superpoderes” que en datos objetivos— para convencer a sus iguales: otros directivos, miembros del consejo o accionistas. Y muchas veces… ¡lo consiguen!

Esa dialéctica podría tener sentido hace unos años, cuando no existían medios tecnológicos que permitieran recoger, analizar e interpretar los datos generados por la empresa practicante en tiempo real. Pero no hoy, en un momento en el que la digitalización se ha extendido hasta todas las capas del tejido empresarial, democratizando su acceso y aportando rigor y sustento científico a la toma de decisiones.

Las métricas aportan credibilidad y agilidad a la toma de decisiones, cualidades muy valiosas en unos mercados cambiantes e impredecibles como los actuales

Todas las opiniones son válidas, por supuesto. Pero al ser subjetivas, también pueden ser cuestionadas. En cambio, los datos son objetivos. Interpretables en cierto grado, sí, pero incontrovertibles. Las métricas aportan credibilidad y agilidad a la toma de decisiones, cualidades muy valiosas en unos mercados cambiantes e impredecibles como los actuales. Lo cierto es que hoy, adivinar como va a sonar la música es cada vez más difícil si no se cuenta con datos.

También para el talento

En el universo del talento, desarrollos de IA o aplicaciones de medición de la productividad como las hemos desarrollado en WorkMeter ya están al alcance de prácticamente cualquier empresa. Estas herramientas aportan una valiosa información con la que apoyar las decisiones de los departamentos de Recursos Humanos. Ya sea en relación a la manera de optimizar la distribución de recursos para un proyecto, el reparto de bonus de productividad del equipo, o la conveniencia de formar a los empleados en una determinada materia, tarea o función en la que se han detectado carencias.

Hollywood ha producido otro buen ejemplo de cómo las empresas más avanzadas están desplazando las conversaciones de los comités de dirección desde la intuición al dato. En la película basada en hechos reales Moneyball, Brad Pitt interpreta a Billy Beane, el entrenador de los Oakland Athletics que revolucionó el mundo del beisbol profesional al introducir estadísticas avanzadas para medir el rendimiento de los jugadores, algo que en aquel momento (2002) era visto poco menos que como un sacrilegio por los puristas de este deporte. Hasta entonces, los ojeadores se habían basado exclusivamente en su experiencia y gusto personal para determinar si un jugador era interesante o no, y criterios como “lo tiene o no lo tiene” eran habituales en las reuniones sobre futuros fichajes. Gracias a su revolucionario sistema, Beane no solo logró clasificar a los modestísimos A’s para los playoffs de esa temporada, sino que el equipo logró una racha histórica de 20 victorias consecutivas, récord en la Liga Americana.

Desarrollos de IA o aplicaciones de medición de productividad aportan una valiosa información con la que apoyar las decisiones de los departamentos de Recursos Humanos

No es que eso que los ejecutivos llaman “intuición” u “olfato” sean desdeñables o hayan perdido todo su sentido en estos nuevos tiempos hipertecnológicos. Esa especie de superpoder al que siguen apelando muchos ejecutivos, especialmente aquellos que tienen una larga trayectoria a sus espaldas, existe, y, no vamos a negarlo, puede resultar muy útil. La experiencia de haber pasado por mil batallas y el conocimiento del mercado permite captar detalles, sutiles indicios que escapan a la fría lógica de los datos y que, sin duda, ofrecen valiosos matices que ayudan a interpretarlos.

Pero una cosa es usar esa arma secreta como complemento que aporte una segunda lectura a lo que dictan las métricas, y otra muy distinta fiarlo todo a una especia de sentido arácnido que nos avisa del momento preciso en el que, parafraseando a John Tud, se detendrá la música. Porque eso es, además de suicida, con las actuales posibilidades que brinda la revolución digital, totalmente innecesario.